Una ventana al corazón de San Fermín: El encierro desde mi balcón en la Cuesta de Santo Domingo

Cada año, cuando llegan los primeros días de julio, Pamplona se transforma. Las calles, los balcones, los bares y cada rincón de la ciudad laten al ritmo de los encierros, una tradición que mezcla emoción, miedo, fiesta y devoción. Desde el Balcón del Encierro en la Cuesta de Santo Domingo, hay una de las vistas más privilegiadas para presenciar este espectáculo único en el mundo.
Ver el encierro desde aquí no es solo observar cómo los mozos corren delante de los toros; es una experiencia multisensorial que comienza incluso antes del amanecer. Desde las primeras horas del día, se empieza a sentir una vibración especial: los pasos apresurados de quienes van a correr, los cánticos a San Fermín, el murmullo nervioso de los turistas que se agolpan en la calle, y ese olor inconfundible a madera, sudor y adrenalina.
El Balcón del Encierro se encuentra justo en uno de los tramos más emblemáticos del recorrido: la Cuesta de Santo Domingo. Este lugar tiene una carga emocional y simbólica muy potente. Es aquí donde los corredores se encomiendan al santo antes de iniciar la carrera, cantándole con voz temblorosa: “A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro, dándonos su bendición.” Es un momento solemne, casi espiritual, que se vive en silencio absoluto, roto solo por ese canto repetido tres veces.
Desde el balcón se puede ver cómo el ambiente se transforma en segundos. A las 8:00 en punto, el cohete anuncia la suelta de los toros. En cuestión de instantes, la calle se convierte en una mezcla vertiginosa de cuerpos humanos, cuernos y velocidad. Es un instante donde todo se acelera. Desde arriba, se percibe el caos con cierta distancia, pero eso no lo hace menos emocionante. Todo sucede en menos de tres minutos, pero la intensidad es tan grande que parece detener el tiempo.
El sonido es algo que nunca se olvida: el retumbar de las pezuñas contra el adoquín, los gritos de advertencia, el “¡ojo, ojo!” de los pastores, y, a veces, el silencio repentino cuando alguien cae o un toro se separa del grupo. En esos momentos, desde el balcón, el corazón se encoge. No importa cuántos encierros hayas visto: siempre hay una mezcla de temor y respeto por lo que ocurre ahí abajo.
Compartir este espacio con familiares, amigos o incluso visitantes de otras partes del mundo es también parte del encanto. En el balcón ha venido personas que venían de Japón, de Estados Unidos, de Alemania. Algunos sabían mucho sobre la fiesta; otros apenas conocían los detalles. Pero todos coincidían en una cosa: ver el encierro desde la Cuesta de Santo Domingo es una de las experiencias más intensas que puede ofrecer San Fermín.
Después del encierro, el ambiente cambia. La tensión se disipa, las conversaciones se llenan de “¿lo has visto?”, “¡qué cerca ha pasado!”, o “¡ese corredor ha sido un valiente!”. A veces hay lágrimas, otras veces risas nerviosas. Siempre hay emoción.
Es difícil describir con justicia lo que se siente tener esta vista. No se trata solo de tener un buen ángulo, se trata de formar parte de una tradición viva, de un momento colectivo que define el alma de Pamplona. Es un privilegio, sí, pero también una responsabilidad: la de mirar con respeto, con amor por la fiesta, y con el corazón abierto.
Los que han vivido los San Fermines sabemos que cada encierro es único e irrepetible. Y tener este rincón para observarlo es, sin duda, una suerte inmensa. Por eso, cada año, se esperan con ansias los días de julio. Porque, al abrir las ventanas, y al asomarte no solo verás una carrera de toros, sino al espíritu mismo de esta ciudad.